miércoles, 23 de octubre de 2013

Alegría de los hombres

Hace unos días, en pleno ensayo -era muy tarde, estábamos cansados- mis compañeros y yo cantábamos sin demasiada concentración la conocida cantata 147 de Bach, «Jesús, alegría de los hombres», una pieza que hemos interpretado decenas de veces, cuando nuestra directora nos detuvo, nos miró uno a uno con verdadero disgusto y dijo: «¿No os dais cuenta de lo que estáis haciendo? ¿Cómo podéis cantar con semejante monotonía una obra tan maravillosa? ¿No sois conscientes del inmenso privilegio que estáis disfrutando esta noche al poder interpretar una partitura de Bach por muchas veces que lo hayáis hecho antes?», y tenía tanta razón que me sentí avergonzado de mí mismo.

Vivir es tan normal para quienes caminamos por este mundo que a menudo, por no decir siempre, olvidamos lo verdaderamente extraordinario que es en realidad. Mañana amanecerá un nuevo día en este minúsculo planeta perdido en la inmensidad del universo y, presumiblemente, tú y yo estaremos aquí para contemplarlo. ¿No deberíamos celebrarlo mientras todo sea posible? ¿No deberíamos celebrarlo con agradecimiento, con alegría?

sábado, 19 de octubre de 2013

Fantasmas del futuro

El local donde canto con mi coro está en la misma calle de Binéfar donde viví durante muchos años hasta el pasado treinta y uno de agosto. Esta noche después del ensayo, al dirigirme al coche para acudir al Chanti a tomar una copa, he levantado la vista hacia nuestra antigua terraza del salón y he visto a un joven apoyado en la baranda fumando un cigarrillo. Sabía por el propietario de la casa que ésta se había alquilado pocos días después de nuestra partida a cuatro ingenieros contratados por una empresa del pueblo, pero sorprender a aquel hombre fumando pacíficamente en el balcón del que durante tanto tiempo fue mi hogar me ha desconcertado. De algún modo ha sido como contemplar un fantasma del futuro.

jueves, 10 de octubre de 2013

Grillos frente al mar

También aquí, frente al mar, cantan los grillos cuando llega la noche. Ha llovido hace unos minutos y el paseo marítimo brilla como cuero mojado a la luz de las farolas. Hay palmeras y, más allá de algunas conversaciones en las terrazas cubiertas por grandes toldos, puede escucharse el batir de las olas en la arena.

Maite y yo hemos venido a pasar dos días en un hotel frente al mediterráneo, regalo de mis hermanos pequeños por mi último cumpleaños. Serán nuestras únicas vacaciones durante este año de cambios y traslados y los gastos derivados de ellos: tal vez por eso las necesitábamos y las agradecemos tanto.

Ahora mismo escribo en el balcón de nuestra habitación. Una motocicleta circula frente a mi edificio pedorreando a una velocidad ridículamente inferior al volumen de su tubo de escape. La oscuridad se alza como un lienzo allí donde termina la arena, un lienzo donde brillan, lejanos, los múltiples y diminutos y flotantes puntos de luz de lo que yo imagino un gran crucero de lujo. Cantan los grillos. Alguien tose. A medida que el pueblo es inundado por la madrugada las olas se escuchan mejor.

domingo, 6 de octubre de 2013

Octubre

La tarde del domingo flota mansamente corriente abajo. Las grandes hojas de los castaños de indias se secan en las ramas y -ahora una, después otra, luego dos al mismo tiempo- caen al suelo.

Nada es nuevo salvo tú y yo.