Mi hermano gemelo y yo teníamos diez años cuando fuimos informados del nacimiento de nuestra hermana en la casa de mi tía Susana en San Sebastián. Ahora me doy cuenta del aspecto logístico de aquellas vacaciones -y de paso me pregunto dónde estaba nuestro hermano Carlos-, pero en su momento todo nos pareció de lo más normal porque llevábamos años pasando temporadas de verano en San Sebastián y en Irún, donde vivía mi tía Josefina, hermana de Susana y de mi madre.
Sé que mi fascinación por el norte (prados, helechos, mar, lluvia, nubes) proviene de entonces, de aquellos épicos viajes que ascendían remotos puertos de montaña donde pastaban caballos salvajes antes de descender carretera abajo hacia las ciudades industriales junto al mar. En aquel país todo nos parecía distinto, las viviendas tenían madera y moqueta, la leche era más sabrosa y cualquier lugar, hasta los solares abandonados o los montículos junto a la vía del tren, era un vergel de hierba fresca y verde, muy verde.
Nuestra playa o, para ser más precisos, la playa de mis tíos, era la de Fuenterrabía. Hasta allí se trasladaba por la mañana nuestra caravana de coches cargados de sombrillas, neveras portátiles, toallas y cubos de plástico donde mis primas mayores guardaban los cangrejos que atrapaban en las rocas del espigón. Al acercarse la hora de comer se recogían las cosas y los coches remontaban la sinuosa carretera que llevaba hasta el faro, un promontorio de tierra roja, prehistóricos helechos de hojas carnosas, hierba alta y la presencia permanente del mar. He soñado muchas veces con ese lugar.
Mientras los críos jugábamos por aquí y por allá, explorando el mundo, los mayores, entonces bastante más jóvenes de lo que yo lo soy ahora, preparaban la comida. Mi tío Miguel, esposo de mi tía Susana, era el maestro de las paellas y los calderetes. Azuzaban el fuego, bebían, fumaban, hacían bromas, reían. Si pienso en aquellos días la única palabra que inmediatamente brota en mi cerebro es felicidad.
El miércoles pensaba en todas estas cosas durante el entierro de mi tía Susana en el pequeño cementerio de mi pueblo. No hace tanto murió mi tía Milagros, y cuando los primos y demás familiares comentábamos esta triste coincidencia siempre alguien decía, con sentido común, que si nosotros ya vamos cumpliendo cincuenta o cincuenta y tantos es normal que nuestros padres y tíos se acerquen a la última -o penúltima- estación. El fallecimiento de mi tía Milagros fue una tremenda y desgraciada sorpresa pues nadie la esperaba, pero mi tía Susana estaba muy enferma, llevaba enferma muchos años y, como sucede tantas veces, el final fue casi un acto de misericordia.
Sí, es probable que tras bordear el Cabo de Hornos esté adentrándome en un nuevo territorio, un océano donde los recuerdos más lejanos regresan tras años de silencio. Ellos son nuestro tesoro, el regalo que nos hace la vida. Yo nunca olvidaré aquellos veranos en el faro, cuando no existía la enfermedad ni la melancolía, cuando mis padres y tíos eran más jóvenes que yo y todo era luz, mar Cantábrico y cielo azul.
viernes, 9 de agosto de 2013
El faro
Publicado por Jesús Miramón a las 20:53
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22 comentarios:
Es cierto, cuando alguien está tan enfermo es mejor así. Pero lo siento, igualmente.
¡Qué bellos recuerdos tienes, Jesús! Y ¿cuál de los niños eres tú?
Un beso
En las fotos en blanco y negro no me sé distinguir con exactitud, aunque apostaría al de la derecha den las dos. En la última soy el de la pelota roja, pero lo que me gusta de esa fotografía es que sale el faro.
Gracias, Elvira. Un beso.
Ah, por cierto, mi hermana, de cuyo nacimiento tuvimos noticia en casa de mi tía, se llama Susana.
Yo también creo que eres el de la derecha, más que nada por que yo soy el de la izquierda, todos los recuerdos que comentas forman parte de unas de las fases mas bonitas de nuestras vidas, han habido, hay y espero que hayan otras más por vivir, pero la gente querida que se va me hace pensar en la obligación que tenemos de aprovechar los buenos momentos de la vida, a veces se nos olvida...
Que bien escribes hermano, un abrazo de tu gemelo.....
Javier.
Maravillosos recuerdos que te acompañarán toda tu vida. Y precioso post.
Qué fotos ! Yo también me acuerdo del Faro como un icono de la felicidad de las vacaciones.
¿Sabes? hace mucho tiempo soñé que había un incendio tremendo en un edificio, y mientras cientos de bomberos se afanaban en sofocar el fuego y rescatar a las personas que asomban a las ventanas, el tío Miguel hacía un calderete en la calle, aprovechando una especie de brasas que había en la acera, feliz, ajeno a lo que ocurría a su alrededor, diciéndome "ya verás que bueno va a estar este calderete"....
La cosa es que nunca he olvidado ese sueño...:-)
Y sí, hay que aprovechar los momentos buenos de la vida y seguir adelante.
Un beso gordo hermanito (s)
C.
Gracias, Victoria. Los recuerdos son algo maravilloso.
Javier, Carlos, ¿qué puedo deciros? Son recuerdos compartidos.
Por otra parte el otro día, durante el funeral de la tía Susana, caí en la cuenta de lo que mamá estaba pasando. Me imaginé a mí mismo asistiendo al entierro de cualquiera de vosotros y un dolor intenso, tan intenso como el de nuestra madre y nuestros tíos maternos el miércoles, partió en dos mi corazón.
Las cosas son sencillas.
Un beso.
Compartí esa sensación Jesús..., la del dolor intenso que te parte el corazón en dos sólo por pensar en que algún día no os tenga a mi lado. Os quiero muchísimo... no sabéis cuánto!
Un beso, hermanita queridísima.
Te leí en Santander, te he vuelto a leer ya aquí, pero otros lo dicen mejor que yo, en este caso Navia, un estupendo fotógrafo:
Dejo que sea un fotógrafo, Ferdinando Scianna (impregnado hasta el tuétano de la cultura y la amistad de otro siciliano como él, Leonardo Sciascia), quien nos acerque a este modo de entender la fotografía: “Mi concepción de la fotografía se centra en la idea del relato y de la memoria. Lo mismo que sustenta la literatura. Esta consideración resulta provocadora para la deriva de la noción de fotografía en la cultura contemporánea. La fotografía fue históricamente vivida y pensada como instrumento de documentación y testimonio. Sirvió para guardar nuestra memoria, la huella del tiempo que corre inexorable. Era escritura de la realidad. Hoy ha mutado su concepto central. Se mira, se muestra y se usa la imagen fotográfica como cualquier objeto estético. Se exige un acercamiento a ella igual al que requiere un cuadro.” Scianna hace esta reflexión en una entrevista reciente, desde sus 66 años, con cierta añoranza no exenta de amargura. Pero esta noción de lo fotográfico no es algo periclitado –aunque haya ciertos intereses empeñados en ello–, sino que goza de plena vigencia para fotógrafos de muy distintas edades, muchos de ellos jóvenes e incluso muy jóvenes. La fotografía, ese “paroxismo de la mirada, arte cotidiano y dificilísimo de mirar las cosas con los ojos abiertos”, sobre la que un día escribió Antonio Muñoz Molina, comparándola con la “hipóstasis de la voz” que es la literatura, para concluir que “La literatura da cuenta del mundo inventándolo; igual hace la fotografía, es decir, la mirada.”
Lo he copiado del blog de Navia, pero creo que se aplica muy bien a tus fotos. Ya sabes lo que pienso de la fotografía, aunque no siempre lo practique, y todavía menos en verano.
Un abrazo
Lo siento mucho.
Qué bien escribes, Jesús. No te acostumbres a oírlo ni pienses que es un cumplido porque no sé qué decir: este texto, como tantos otros, son una maravilla por lo que hacen ver.
Un abrazo.
La mirada, José Luis, siempre la mirada, lo más importante, lo que transforma la experiencia, es la mirada, tú lo sabes. Tenemos que quedar a tomar una copa antes de que me vaya de Binéfar. Te llamaré. Un abrazo.
Muchísimas gracias, Porto. ¿Cuántos años hace que nos leemos/conocemos?
Nunca me acostumbraré, al contrario, cada vez lo agradezco más pues mis inseguridades crecen al mismo tiempo que mi edad.
Un abrazo.
Qué homenaje precioso!
Un beso, Jesús.
Un beso, Filla, y gracias.
qué bueno leerte...
Un beso, Penélope.
¡Qué gusto leerte, Jesús! y ¡cómo emociona hacerlo!
Con tus palabras y las imágenes, un 'puñao' de recuerdos felices han venido a mi pensamiento. Gracias.
Creo que rememorar los veranos de la infancia, al menos en mi caso, es hacerlo de una parte de los mejores momentos de mi vida.
Verte en esas imágenes, a ti y a tu gemelo, me ha encantado ¡tan chiquiticos, tan preciosos! y a tus padres ¡qué guapos los dos, ella especial! y cómo te pareces en el porte a tu padre, Jesús! Y ver el faro, la sombrilla, la mesa en la hierba preparada para comer... como 'flashes' de vida, de nuestras vidas, porque nosotras, sobre todo mi madre y las hijas -mi padre no podía permitirse el lujo de vacacionar- pasamos algunos veranos en Santander, donde vivían mis abuelos maternos y los hermanos de mi madre y sus familias. Momentos y sensaciones, incluso sabores, que siguen conmigo.
Gracias otra vez.
Por cierto he leído que dejas Binéfar. ¿Te vas muy lejos, por mucho tiempo?
Un beso, Jesús.
Lo contaba en algún post hace unos días: yo me voy a vivir a Barbastro, M. a Zaragoza, donde ha obtenido plaza en un instituto cerca de nuestra casa de allá, P. vive en Barcelona y C. va a estudiar en Huesca, en una residencia. ¡Los cuatro miembros de la familia viviremos en cuatro lugares distintos el curso que viene! Los fines de semana nos reuniremos en Zaragoza o Barbastro. Qué familia de locos...
Un beso, Elisa.
Tú que vas a tener ahora mucho tiempo libre y a solas, que te peleas de vez en cuando con tu bicicleta estática, y que no hace mucho eras un hombre de Cromagnon, ¿no has oído hablar de la dieta y el fitness paleo? Yo sí, un poco, y me he acordado de ti.
Sí que he oído hablar, y también me acordé del hombre de Cromañón que continúo siendo. Tengo planes (necesarios) respecto a eso y mucho más. Un fuerte abrazo, Porto.
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