domingo, 28 de abril de 2013

Dieciséis años

Todavía dormía cuando ha sonado el teléfono a las nueve de la mañana. Era mi hijo de dieciséis años llamándome para que fuese a buscarlo a Binaced, un pueblo en fiestas a pocos kilómetros de aquí donde ha pasado la noche. Llovía mansamente sobre el cristal de la claraboya. Me he vestido de cualquier manera y todavía somnoliento, sin lavarme los dientes ni peinarme, he bajado al garaje y he salido a la carretera. El cielo gris resaltaba el rojo de las amapolas y el verde vibrante de los campos de cebada. Carlos me esperaba en un portal de las afueras cubierto con la capucha de la sudadera, los pantalones muy caídos. El pueblo parecía desierto. He girado en la misma calle y hemos regresado a Binéfar. "¿Qué tal ha ido la noche?", le he preguntado. "Bien, bueno, normal", me ha contestado. El campo estaba más bonito que nunca.

Poco a poco

El fin del mundo no sobrevino de repente, sucedió poco a poco, a lo largo de miles y miles de generaciones.  Como la vida, había comenzado a suceder desde el principio.

martes, 23 de abril de 2013

La espera del dragón

Cuando duermo siempre tengo la misma pesadilla: una luz cegadora en el cielo diurno y después una lluvia de hojas, insectos muertos, copos de ceniza, silencio de invierno.

viernes, 19 de abril de 2013

Lejanas colonias

A veces me ensimismo al timón. No puedo evitarlo, forma parte de mi naturaleza. En cierta ocasión me encontré abriendo el frigorífico llevando en la mano un par de zapatillas que quería guardar en un armario. Podría contar mil situaciones como esa. Luego están, claro, las nubes. Por la noche millones de estrellas como si en vez de un barco pilotase una nave espacial rumbo a lejanas colonias humanas en otros planetas.

miércoles, 17 de abril de 2013

Viaje

Mi nave no rompe las olas,
atraviesa el tiempo.

lunes, 15 de abril de 2013

Las dos estaciones

Donde yo vivo no hay cinco estaciones, en este territorio a medio camino entre las montañas todavía nevadas de Los Pirineos y el desierto de Los Monegros sólo hay dos: invierno y verano.

A las tres de la tarde el termómetro del coche señalaba treinta grados, el aire acondicionado soplando a toda potencia. El calor ha regresado y con él quedan atrás las cálidas chaquetas viejas de lana y las infusiones calientes, atrás quedan las noches de lluvia acunado por su golpeteo en la claraboya, los pantalones gruesos, las botas, el campo cubierto de hielo, el gozo agradecido -no el sufrimiento- de ser un mamífero de cuerpo caliente.

Mientras instalaba el reloj del riego automático he descubierto que las hormigas habían regresado al campo de batalla de la terraza, iban de aquí para allá con absoluta desenvoltura, diminutas e irónicas, sabedoras de qué gigante volverá a ser derrotado.

jueves, 11 de abril de 2013

Una bondad verdadera

Un hombre de Barbastro, un trabajador normal y corriente llamado Julio, ha cobijado en su casa durante muchos meses a un amigo enfermo de cáncer, un antiguo compañero de trabajo que había agotado el paro, soltero y sin familia en España. Cómo dejarlo en la calle, le contó a su vecina, cómo negar la hospitalidad a alguien que lo había perdido todo. Él y su mujer le dieron a Abdeslam cama, comida, compañía, le llevaron a quimioterapia, le cuidaron, se ocuparon de él sin esperar ni recibir nada a cambio. Y no lo pregonaron, en absoluto, yo me enteré de casualidad porque aquella vecina es precisamente una de mis compañeras de trabajo.

En este tiempo de derrumbe y expolio, en esta época de desmantelamiento y destrucción de lo mejor que la política llegó a construir tras la segunda guerra mundial; en este periodo de cinismo, desprecio y violencia de las élites políticas y económicas hacia los ciudadanos normales y corrientes, historias como la de Julio y Palmira y Abdeslam me reconcilian con mi especie y mantienen a raya las negras sombras que a veces asoman al final de mi esperanza.

domingo, 7 de abril de 2013

Todo el misterio

La casa de mi tía Milagros estaba junto a la Bajadilla de Campos, un camino donde el pueblo terminaba dando paso a la naturaleza. En ese camino mi hermano Javier se rompió la muñeca bajando en bicicleta hacia atrás. En ese camino, a la izquierda, había una pequeña era en la que reinaba un nogal antiguo y nobiliario; más abajo comenzaban los campos de espárragos, los melonares, las viñas, las áridas y pequeñas colinas vírgenes, los zarzales de moras, los sotos umbrosos allí donde corría el agua de arroyos y acequias. Aquel era nuestro territorio, el territorio de Jesusmari, Javier y nuestro primo Tomasín.  Juntos, verano tras verano, exploramos todas las edades del hombre, desde el Paleolítico hasta la Edad del Hierro pasando por el Neolítico sin saltarnos el descubrimiento del fuego, la construcción de cabañas y la recolección de frutos. Mi primo Tomasín era una mezcla de Mowgli y Tarzán, un verdadero hijo del bosque que nos guiaba a través de senderos secretos y sobre las copas de los árboles.

Esta pasada madrugada se ha muerto mi tía Milagros. Sucedió de improviso, mientras dormía junto a su marido, mi tío Tomás.  Cuando mi hermano Javier me lo ha comunicado por teléfono todos los recuerdos han despertado en mi memoria: la Bajadilla de Campos, que ahora es una calle asfaltada que da acceso a un barrio residencial de chalés y casas adosadas; la puerta del corral de nuestro primo Tomasín, siempre abierta para ir a buscarle; mi tía alegre, afectuosa, única e irrepetible en el mundo.

Todos somos olas de paso. Acariciamos la orilla y nos retiramos permitiendo que quienes llegan detrás puedan hacer lo mismo.  Ese es todo el misterio.

viernes, 5 de abril de 2013

Paraguas plegados

Hoy soy el primero en llegar al trabajo. Enciendo las luces y levanto las persianas de los ventanales. La luz es pálida y gris, tal vez llueva de nuevo. Un operario del Ayuntamiento de Barbastro desmonta un banco de la acera. Suenan las campanas de una iglesia. En el Centro de Salud, el edificio vecino, ya hay cola frente al consultorio donde hacen análisis de sangre. Los brotes de los castaños de indias parecen pequeños paraguas plegados. Asistir a la puesta en marcha de un nuevo día, contemplar cómo se reinicia el mundo: qué privilegio.

martes, 2 de abril de 2013

Por ejemplo

En la reunión familiar del otro día, por ejemplo. Llovía y mi padre, echando mano de un andamio, unos tablones y una lona, pergeñó un refugio para la barbacoa. Las costillas y chuletas de ternasco, acompañadas de salchichas, panceta y chistorra, chisporroteaban sobre las brasas de sarmiento. Bebíamos vino y cerveza bajo los paraguas. Ese tipo de felicidad.