El otro día fui a la consulta de mi psiquiatra. Estuvimos hablando un rato. Ella me preguntó qué tal estaba y yo le contesté que bien, mucho mejor. La doctora escribía en el ordenador mirándome de hito en hito. Quedamos en volver a vernos el veintisiete de agosto a las siete de la tarde. Si todo seguía yendo bien, añadió, comenzaría a reducir la dosis de Sertralina.
Eran las ocho de la tarde cuando salí a la calle. Hacía calor. De regreso a casa pasé junto a un descampado cubierto de desbordante vegetación: zarzales, pequeñas y blancas rosas silvestres, tres almendros sin podar. Pensé en los veranos de mi infancia, aquellas largas vacaciones en las que nos pasábamos el día en el campo como temporales niños salvajes, exploradores de pacotilla, robinsones suizos, hijos del capitán Grant, Jim Hawkins eternos en los bosques de una eterna isla del tesoro.
martes, 17 de junio de 2014
La isla del tesoro
Publicado por Jesús Miramón a las 22:27
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8 comentarios:
Todo suena muy bien. Me alegro. Besos
Bueno, no quiero cantar victoria antes de tiempo, lo he hecho ya demasiadas veces...
Un beso, Elvira.
Con tranquilidad. Sin querer llegar a ningún sitio; solo yendo bien.
Y escribiendo.
Un abrazo.
Esas largas vacaciones parecían sin fin. Duraban más o menos diez semanas, creo, el mismo tiempo que dura la próxima visita a tu psiquiatra.
Un abrazo
Porto, Giovanni, un abrazo fuerte.
Largas vacaciones, jugando y jugando y jugando.
En la calle del barrio, en el campo con los abuelos, un día en la playa, otro en el pantano ...
Y de repente otra vez a la escuela,aterrada por si sabría escribir de nuevo. Leer si, sin duda, pero escribir?Nati
Hola, Nati, las vacaciones de verano en un pueblo marcan la infancia, al menos la mía la marcaron mucho.
Puedes cantar ¡Victoria hoy!! Eso sí. :)
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