Soñaba con comida y al despertar todo lo que veía era el cielo, el sol y el océano. Cuando su bote de fibra de vidrio chocaba con algo sabía que era una tortuga, así que se arrastraba fuera de su refugio y la recogía y se convertía en su comida y su bebida durante el máximo tiempo posible. También bebía agua de lluvia. También comía los desdichados pájaros que se posaban en su prisión flotante. Y en medio de semejantes acontecimientos sucedían días y días de hambre, sed, alucinaciones y la sabia apatía con la que nuestro organismo ahorra energía y se protege de nuestra inteligencia. Trece meses navegó a merced de las corrientes del océano Pacífico hasta arribar a un atolón de las islas Marshall. Trece meses con sus noches de cielos cuajados de millones de estrellas. Trece meses con sus tormentas, su pánico, sus tentaciones de suicidio, sus instantes de euforia salvaje al devorar carne cruda, su desesperación al tener que beber su propia orina. Trece meses sin poder caminar, sin poder mantenerse en pie en una superficie firme, sin poder utilizar sus rodillas inflamadas. Trece meses sin papel higiénico, sin tijeras con las que cortar sus cabellos y su barba, sin champú, sin jabón, sin crema de dientes. Trece meses sin verdura, sin cereales, sin café, sin fruta, sin pasta con tomate, sin carne cocinada y caliente, sin frijoles, sin cerveza, sin agua pura de manantial. Soñaba con comida y al despertar todo lo que veía era el cielo, el sol y el océano. Palmeras. Arena. El glorioso sonido de unas voces humanas doce mil quinientos kilómetros de silencio después. La victoria.
martes, 4 de febrero de 2014
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2 comentarios:
Me impresiona... uf
Es que es una historia impresionante. Las de supervivencia siempre lo son.
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