El otro día Carlos nos contó que había vuelto a ver la raposa. Mi hijo estudia en una residencia a seis kilómetros de Huesca en medio del campo. Frente a sus puertas hay una zona de hierba con mesas de madera donde los chicos salen a almorzar y fumar un cigarrillo. El caso es que suelen tirar restos de comida y la fauna de los alrededores acude para dar cuenta del regalo. Carlos ya había sorprendido a ese mismo animal en ocasiones anteriores pero el otro día se alejó unos metros para mear y de pronto, cuando ya había empezado, la vio en la ladera de enfrente. Nos contó que estaba muy cerca y, al contrario que otras veces, la raposa no se espantó sino que se le quedó mirando fijamente, las orejas alerta, los ojos amarillos fijos en el adolescente que expulsaba un chorro humeante en el frío de la mañana. Nuestro hijo nos dijo que lo que verdaderamente le impresionó fue la naturaleza de su mirada, no tenía nada que ver con la de un perro doméstico, era algo muy diferente, dijo, la mirada de un animal salvaje, una mirada tan desconfiada e inteligente que casi parecía humana. Calibraba el riesgo, nos contó, y supo que él, en aquellas circunstancias, no era un peligro para ella, así que se detuvo unos segundos para examinarle y después desapareció.
jueves, 16 de enero de 2014
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4 comentarios:
maravilloso, a mi me ocurrió algo parecido este verano cuando una nos robó la bolsa de comida en la tienda de camping... a la luz de la luna se me quedó mirando mientras iba yo recogiendo todas la cosas desparramadas por ahí... maravilla. Se llevó un pan y una bolsa de patatas fritas...
Es una observación precisa de tu hijo, es una experiencia que amplía la visión al mundo en que vivimos en que compartimos el espacio y los recursos naturales con otros animales que solo nuestros compatriotas animales humanos. Posiblemente esta experiencia lo haya hecho recordar que tenemos que ver y respetar el planeta en su conjunto. Y, posiblemente, se haya implantado en su memoria como una experiencia que pueda llevar a otros pensamientos en el futuro. Hay experiencias que duran toda tu vida. Sin embargo, la mera observación ya basta (para no sonar demasiado pesado).
Un abrazo
Mirar a los ojos de lo salvaje es una gran experiencia. Solo los elegidos la pueden tener.
A mí me gusta que mi hijo tenga este tipo de experiencias, y, sobre todo, me gusta que sea consciente de su potencia, de lo que pueden llegar a significar. Me emocionó que lo que más le impresionara fuese la fuerza de la mirada del animal, su inteligencia cautelosa y al mismo tiempo escrutadora.
Ya sabéis que en mis diarios se infiltra la naturaleza cada dos por tres: me siento permanentemente unido a la coyuntura de nuestro planeta porque, básicamente, es lo único que nos permite respirar. El mundo salvaje, los bosques, las llanuras, el mar, son nuestro verdadero hogar. Este apartamento y sus comodidades pertenece al último segundo de nuestra permanencia en este mundo maravilloso que, si nadie -nosotros mismos- lo remedia, enfermará hasta expulsarnos como un vómito y continuar su camino hacia el sol.
Es un privilegio habitar un planeta donde todavía pueden pasar cosas como la que le pasó a mi hijo el otro día o a Eponelep este verano.
Un abrazo.
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