Al salir del Chanti nos despedimos y tomé la carretera nocturna. En treinta kilómetros no me crucé con un alma, lo que me permitió utilizar las luces largas durante todo el trayecto sin molestar a nadie. Por un un momento imaginé mi coche visto desde miles de metros de altura: una diminuta luciérnaga atravesando la superficie oscura del planeta dibujando curvas y rectas aparentemente aleatorias. Vivo en un mundo extraño y es el mío.
sábado, 18 de enero de 2014
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3 comentarios:
Je, je, je, me recuerdas a mí.
Una vez, volvíamos mi marido y yo de un viaje y atravesábamos una zona de Wyoming en la que, durante bastantes millas, no nos cruzamos con nadie. Sumida en mis pensamientos, de repente se me ocurrió que podíamos ser los dos últimos seres sobre la faz de la Tierra. Se lo dije a mi marido, y abundé en la idea señalando que ni siquiera nos podíamos reproducir ya. Mi marido, que no tiene capacidad para ver nada mínimamente negativo, me contestó: ¡bueno, pues adoptamos!
¡Lo que tiene tu marido es un maravilloso sentido del humor! Vivir con alguien así es medio cielo.
Y lo que tú y yo tenemos es mucha imaginación. Ojalá no la perdamos jamás.
Un beso.
No es la primera vez: me encanta la última frase. Da una dimensión extra (adicional).
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